27 de enero de 2011

Un 27 de enero...

"El convencimiento de que la vida tiene un objetivo está arraigado en cada fibra del hombre. Los hombres libres dan a este objetivo muchos nombres y piensan y discuten mucho sobre su naturaleza: pero para nosotros, la cuestión es más simple. Hoy y aquí, nuestro objetivo es llegar a la primavera. De otras cosas, ahora, no nos preocupamos. Detrás de esta meta no hay otra meta." 
-Extracto del libro 'Si esto es un hombre' de Primo Levi, escritor italiano de origen judio y superviviente de Auschwitz.-

El sargento Yakov Vinnichenko avanzaba sigilosamente entre la espesa maleza y el bosque. Hacía sólo dos horas que habían llegado a la ciudad de Oświęcim procedentes de Cracovia, que había sido conquistada unos días atrás.
El avance del ejercito rojo era inexorable. En diez días las dos principales capitales polacas estaban bajo el dominio de su pueblo; si bien es cierto que los alemanes les estaban dejando las cosas fáciles. Desde el oeste llegaban noticias de que los aliados estaban ya a las puertas de las fronteras alemanas y Hitler, queriendo conservar su país por encima de ninguno, había ordenado a todo el ejercito que estuviese en un país ocupado que abandonase tal país en cuanto creyeran que iba a encontrar la menor batalla, sobre todo después de lo ocurrido en Varsovia. El final estaba cerca.
Nada más llegar a la ciudad, los aldeanos de Oświęcim habían hablado a los soldados de un centro de concentración al sur de la ciudad.
Cuando los soldados llegaron allí, se encontraron a miles de presos polacos, la mayor parte de ellos políticos, que aguardaban enfrente de las puertas del centro, donde en letras grandes y en alemán rezaba "Arbeit macht frei". Yakov no sabía alemán, y aquellas palabras le resultaron totalmente desconocidas.
Cuando los soldados hablaron con los presos, que se encontraban en muy malas condiciones, les contaron que existía otro campo de concentración, al oeste del pueblo, mucho más grande y donde había mucha más gente.
El batallón de Yakov fue elegido para ir a inspeccionar la zona. Fueron con él sus mejores hombres. Llevaban ya varios kilómetros recorridos en mitad del bosque, y se habían empezado a adentrar en una espesa niebla que dificultaba mucho la visión. Al cabo de unos cuatro kilómetros de marcha, el bosque se acabó de repente. Al fondo, la espesa niebla no dejaba de ver nada. El único medio para seguir hasta su objetivo, era andar a lo largo de las vías de tren que dirigían hacia el campo de concentración, según lo que los prisioneros polacos habían contado.
Yakov reunió a sus hombres y les habló claro:
- No sabemos si los alemanes han dejado este sitio o no, pero la única forma de avanzar es siguiendo estas vías de tren. Quiero que avancemos en tres columnas, cada una a diez metros de la otra y en cuanto alguien tenga contacto visual con cualquier cosa, ya sea un arbol, quiero que de señal, ¿entendido?
Todos asintieron.
Avanzaron despacio, temerosos y despiertos ante cualquier imprevisto. El soldado Serguei fue el primero que vio la entrada al campo. Era una especie de puerta contruida en ladrillo, un muro 30 metros de largo y con una torre central, justo encima de la puerta por donde, seguramente, los trenes entraban al campo. Yakov ordenó a sus dos columnas laterales que cubrieran los flancos, mientras la suya, la central, avanzaba por el centro hasta la puerta del campo. No parecía haber rastro de alemanes... es más, no parecía haber rastro de vida humana.
Cuando Yakov llegó a la puerta, no vio a nadie. Parecía como si el lugar estuviese vacío. De repente vio una sombra avanzar en la niebla. Un cuerpo esquelético, casi inhumano, vestido con un traje de rayas avanzaba con la mirada fija hacia la puerta. Yakov apuntó a aquel ser con su arma, sin saber si era humano o no. El espectro, paro a dos metros de la puerta principal, y se quedó mirando fijamente a Yakov, con una mirada de inexpresión que helaba el corazón del sargento. De repente, de la niebla, empezaron a aparece más sombras... más almas sin cuerpo, como algún soldado diría después, que se empezaban a agolpar en la puerta principal y vallas de espino que rodeaban el campo. Los soldados estaban paralizados, nadie hablaba.
De repente, una voz, en polaco dijo: "Por favor. Sáquennos de aquí." En ese momento Yakov salió de ese momento de shock y ordenó a sus soldados que abrieran la verja.
Cuando el equipo de Yakov entró en el campo, sus rostros se quebraron en mil pedazos. Cientos de cuerpos yacían sin vida en el suelo. Miles pululaban por el campo con aspecto lamentable. Mucho de ellos tosían o tenían espasmos, algunos no tenían ni fuerzas para andar y algunos otros sostenían aun en sus manos esqueléticas cuerpos moribundos o sin vida de familiares o amigos. Todos, sin excepción, estaban en claras condiciones de hambruna o inanición. Sus costillas se notaban, incluso, por encima de las camisas deplorables y finas que algunos vestían. Los que no llevaban camisa, aguantaban a la intemperie un día de enero a menos cinco grados.
El grupo de Yakov se fue dispersando, intentando ayudar como buenamente podían. Se dio orden al grueso del batallón, e incluso a la división entera, de que viniesen a ayudar a la zona, con todo el material sanitario y los alimentos que pudiesen. Todo era desolador. Yakov entro en la parte izquierda del campo, donde al parecer, retenían a las mujeres. Muchas de ellas se acercaban a Yakov y a los soldados para besarles las manos o abrazarles. Ellos las apartaban, mitad por miedo y mitad por asco. Entró en un barracón, donde, en pocos metros, cientos de mujeres se agolpaban en unos camastros de madera como si de animales de granja se tratase. Vió manchas de sangre por todo el barracón. Incluso pudo ver como muchas de ellas llevaban sus ropas manchadas de sangre entre sus piernas y un frio helado recorrió su columna. Una niña se abrazó a él. No pudo quitársela de encima y dejó que le acompañara.
Había más de cientos de cadáveres esparcidos por el campo. Una vez que la niebla se levantó, Yakov juraría que allí podía haber miles, tantos como personas vivas. Volvió cerca de la puerta principal, cuando su teniente y su general aparecieron. Sus caras se quedaron rotas al ver aquello.
- ¿Qué es esto Yakov? - Preguntó el Teniente.
- No lo sé, señor,... pero parece una tumba, no hay nada más que muertos por todos lados.
En ese momento, dos soldados del equipo de Yakov, que habían ido a reconocer la zona, llegaron al lugar. Habían escuchado toda la conversación.
- No, señor. Creo que esto es algo peor que eso que usted dice. - Dijo uno de ellos y señaló con el dedo hacia unos arboles que cortaban el campo hacia el oeste.
Cuando el soldado señaló con el dedo, la niña que no había abandonado a Yakov se estremeció y se agarró fuerte a la pierna del sargento. Decidieron ir a inspeccionar aquella zona. Cuando empezaron a caminar, la niña trataba de retener a Yakov, tirando de él hacia atrás y agarrándose a su pierna. Dos soldados tuvieron que ayudar a Yakov a quitarse a esa niña de encima, mientras ellas lloraba y pronunciaba palabras en un idioma que Yakov creyó entender que era alemán.
Cuando llegaron detrás de los árboles, Yakov entendió porque la niña intentaba evitarlo. Aquel sitio no era una tumba. Ese día, el y sus hombres, habían abierto las puertas del infierno.

 'Cuando entramos al campo, dimos un grito: alambradas de púas por todas partes, todos con ropas a rayas y gorras. Los prisioneros apenas podían caminar: parecían sombras o fantasmas, de tan delgados que estaban. Algunos ni siquiera se podían mover, otros caminaban sostenidos por sus amigos. [...] Al momento de nuestro asalto había entre 7.000 y 10.000 personas en el campo. Supe, después de la Guerra, que los alemanes habían embarcado cientos de miles de prisioneros para Alemania y continuaron usándolos como trabajo forzado. Pero los que quedaron atrás apenas estaban con vida. [...] Al principio, cuando nos vieron, no podían creer que estaban libres. Pero cuando entendieron, algunos empezaron a reír, otros rompieron en llanto.
Muchos trababan de besarnos, pero se veían tan horribles que nosotros los evitábamos para que no nos pasasen algún bicho. Muchos pidieron comida, pero no teníamos. Nuestras unidades de apoyo llegaron al día siguiente y estuvieron ocupadas con los prisioneros, alimentándolos y lavándolos. Pero nosotros nos quedamos tan solo un par de horas. Hubo una escena horrible. Entramos en una mugrienta barraca de mujeres, con camastros tipo marinero y cubiertos de manchas de sangre. [...]
Yo he visto muchas cosas en la guerra, pero nada tan horrible o alucinante como este campo. [...]
No volví a Auschwitz hasta el año 2000, a invitación del presidente de Polonia Kwasniewski. Esta semana he vuelto por tercera vez. No creo que la humanidad pueda olvidar el sufrimiento de las víctimas de Auschwitz, ni la sangre derramada por sus liberadores. Todos los que hayan visto semejante pesadilla harán todo lo posible para prevenir de que vuelva a ocurrir.'

-Testimonio de el sargento Yakov Vinnichenko, uno de los cinco sobrevivientes que quedan hoy de las divisiones soviéticas que ingresaron en el campo de concentración de Auschwitz-

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