8 de marzo de 2011

Crónica de un intento de suicidio (Parte V y final)

 [...]

Obly detuvo su Lotus en el aparcamiento de entrada al Parque del Oeste y siguió corriendo por el camino principal del parque. Hacia mucho tiempo que no pisaba aquel parque. Cuando era joven, recordaba que su madre solía traerle al parque, y daban largos paseos. A veces, incluso, los paseos eran tan largos que se salían del parque propiamente dicho y se adentraban en el bosque. Porque aquel parque, no era sino la prolongación del bosque que envolvía a la ciudad por la parte oeste. Algún alcalde tuvo la genial idea de construir ese parque, para frenar, por aquel entonces, la expansión de la ciudad por aquel lado, y evitar que el bosque fuera desapareciendo por el afán constructivo de algunas empresas. El parque estaba lleno de lugares plácidos y solitarios, pero Obly buscaba uno en especial. Uno donde esperaba encontrar a Rem.

El 'Cementerio de los poetas', como la gente solía llamarlo, se encontraba donde el parque dejaba de ser parque y se convertía en bosque. Obly había estado en aquel lugar un par de veces. Lo recordaba como un sitio tenebroso, donde el silencio y la quietud daban una impresión de misterio y suspense que podía helar el corazón de cualquiera. El sitio era un claro en mitad de una zona espesa de árboles. Estaba alejado del camino principal, por lo que no molestaba el continuo pasar de corredores, ciclistas o amas de casa en busca de quemar esos quilos de más. Además, estaba al lado de un lago natural, por lo que el sonido del agua aislaba bastante del ruido que pudiera llegar allí. Justo al lado de un embarcadero, había una vieja cabaña, abierta al público, dónde, en caso de inclemencia meteorológica, uno se podía refugiar. Pero a aquel sitio ya no iba mucha gente. Los rumores y leyendas urbanas que corrían sobre el lugar disuadían a aventureros.
Y es que, aunque en el 'Cementerio de poetas' no hubiera nadie enterrado, el lugar tenía una leyenda negra que nadie podía quitarse. Hace más de cien años, un famoso poeta, cuyo nombre Obly no recordaba, se quitó la vida en aquel lugar tras escribir, según los entendidos, los mejores versos que la literatura jamás podrá ver. Desde entonces, en el 'Cementerio de los poetas', más de 50 personas se habían suicidado. Algunos, emulando a aquel poeta, dejando versos tras de si. Otros, únicamente, buscando un sitio tranquilo donde decir adiós al mundo. Desde entonces, leyendas de fantasmas, espíritus que te invitan al suicidio, e incluso zombis habían sido escuchadas por Obly.
Cuando Obly llegó a la cabaña, el sol ya empezaba a alumbrar con fuerza. "Deben ser las ocho", pensó por un momento mientras recordaba su copa de whisky y su disco de Lou Reed. Desenfundó su pistola. Por la chimenea de la cabaña un débil hilo de humo evidenciaba que dentro había alguien. Quizá Rem. Obly se dirigió a la puerta y la abrió lentamente.
Rem estaba sentada en una silla bastante vieja justo delante de la chimenea donde un abundante fuego calentaba el habitáculo. En cuanto Obly puso un pie dentro de la cabaña, el crujido de la tarima de madera hizo que Rem se levantara como un resorte, pistola en mano y apuntará a Obly. Obly hizo lo propio al ver el movimiento de Rem, y ahora, ambos se apuntaban.
El sudor empezó a brotar por la espalda de Obly, y mojaba la ajustada camiseta interior que el detective se había puesto hace ya más de un día. Rem le observaba con los ojos bien abiertos. Su mirada temblaba, pero su mano sostenía firmemente el arma que apuntaba a la cabeza del detective. Obly intentó tranquilizarla.
- Señorita Rem. Baje el arma, por favor. Nadie tiene porque salir herido de aquí.
Rem le miró con los ojos vidriosos. Estaba a punto de romper a llorar. Obly pensaba que se derrumbaría, dejaría la pistola en el suelo y dejaría que Obly la llevara a la comisaria. Sin embargo, Rem no estaba por la labor. Lentamente dejó de apuntar a Obly para situar el cañon de su arma debajo de su mandíbula inferior, con un movimiento tembloroso, pero con una mirada fría y calculadora. La cara de Obly se descompuso. Nunca habría apostado por aquel movimiento suicida de Rem. "Ha venido a suicidarse, idiota. Le da igual hacerlo ella o que lo hagas tu. Solo quiere morir", le dijo su cabeza mientras recuperaba la compostura e intentaba pensar algo que decir para esa nueva situación, pero Rem se le adelantó.
- Dispáreme si quiere, detective Vion. Si no lo hace, lo haré yo.
Obly se quedó sin palabras. Intentó pensar algo, un plan, una estrategia para evitarlo, pero todas terminaban con los sesos de Rem esparcidos por la cabaña. No, debía buscar otra solución. Bajó su arma y la dejó en el suelo. Esta vez era Rem la que se quedó sorprendida con el movimiento de Obly.
- Yo no voy a matarte... ni tu tampoco.
- Yo no estaría tan seguro.
- ¿De verdad quieres hacerlo? ¿Por qué?
- Porque se demasiadas cosas. No pueden matarme, me necesitan, pero a la vez saben que soy la única persona en este mundo que les puede quitar todo.
- ¿Hablas de la compañía?
- Hablo de las compañías. No pueden matarme, porque en mi cabeza tengo cosas sin las que las dos caerían. Quiero borrar todo de mi cabeza, de una vez para siempre.
- Pero matarte no es la solución.
- ¿Y cual es? ¿Vivir veinticuatro horas seguidas vigilada para que no hable con nadie, ni diga nada? A veces pienso que el infierno no debe ser mucho peor que la vida que llevo. A nadie le importo nada más que por lo que se.
Obly empezó a sentir compasión por la señorita Rem. Sabía que no tenía nada que hacer. Estaba seguro de que de un momento a otro se pegaría un tiro. Debía de hacer algo.
- Te equivocas. A mi si me importas.- Dijo Obly.
En ese momento, el detective tiró los dados. Volvió a coger la pistola que tenía en el suelo y, como si de una imagen especular se tratase, se puso su pistola debajo de la mandibula.
- ¿Que haces? - Preguntó Rem.
- Matarme contigo si te matas. Juro que lo haré.
- ¿Por qué?
Obly no lo sabía. Sabía que dentro de su corazón, sentía algo por Rem, pero no era amor, por lo menos esa clase de amor que Johanna Lindsey reflejaba en sus novelas. Era como un amor fraternal, una especie de conexión, de tal forma que Oblye pensaba que su vida iba ligada a la de Rem.
- Porque si Obly Vion no vuelve a detener a Rem Member, y ésta muere, ya no seré Obly Vion nunca más. Moriré contigo. Nadie recordará al viejo detective si su criminal se suicida.
- Es un farol.
- Yo nunca juego al poker.
La cara de Rem se descomponía más y más mientras aquella situación seguía alargándose. Obly notó la duda debajo de los ojos de Rem, esos mismo ojos que le cautivaron años atrás. Ahora se veían llenos de miedo, rabia e incertidumbre, y a Obly no le parecieron tan bonitos como los recordaba.
De repente Rem se derrumbó. Dejó caer su pistola, se puso de rodillas y empezó a llorar como una chiquilla. Obly no sabía que hacer. Enfundó su pistola, recogió la de Rem, y se quedó delante de ella, mirándola, con una mezcla de compasión y afecto, que contrastaban con el deber de arrestarla. Ella le miró, se puso de pie, lo besó y se abrazó a él. Obly, permaneció quieto.
Asi fue como Zoly los encontró. Entró tras un puñado de policías que apuntaron a la pareja. Obly, deshizo el abrazo de Rem, la apartó unos centímetros y la miró a los ojos. Esos si eran los ojos de los que Obly se había enamorado. Le dio un beso en la frente, la volvió a mirar y soltó sus manos. Rem, si decir una palabra, bajó la cabeza y juntó las muñecas, esperando que algún policía la arrestase. Salió esposada y con la cabeza baja durante todo el camino hasta el coche de patrulla. Sólo una vez levantó la cabeza, para mirar a Obly, y este se dio cuenta de que sus ojos habían cambiado, y se apenó al pensar que nunca volvería a verlos tan hermosos como unos minutos atrás.
Zoly no preguntó. Sabía que Obly era un hombre terco en palabras cuando de cosas personales se trataba. Así que apoyó su mano en el hombro de su jefe y se dirigió a un coche patrulla para que lo dejaran en la ciudad. Antes de llegar al coche, la voz de Obly le sorprendió.
- Zoly, ¿te apetece tomar una copa de whisky?
- Gracias señor, pero no bebo.
- ¿Ni siquiera cuando te invita tu jefe?
Zoly miró a Obly. En su cara se dibujaba una sonrisa, que se diferenciaba mucho de la risa burlona y sarcástica que Obly siempre solía lucir. Era una sonrisa amigable.
- Creo que hoy es un buen día para empezar a beber - dijo Zoly, y se encaminó hacia él.
- ¿Por qué lo dices? - Preguntó Obly.
- ¿No lo sabe? Hoy es quince, jefe.
Y los dos comenzaron a andar por el camino mientras el sol continuaba fundiendo las sombras.

No hay comentarios:

Publicar un comentario